Filosofar: el pensamiento crítico contra el dogma

Yeye Balám
8 min readJan 15, 2021

Filosofar es ante todo el ejercicio del pensamiento crítico y, por extensión, antidogmático. No hay posibilidad de dogma para la filosofía, sino que incluso lo axiomático pasa por el tamiz de la duda, la reflexión, la prueba y, si cabe, la demostración.

Ilustración de bombilla iluminada rodeada de papelitos arrugados.

Razón y pensamiento

Se nos ha enseñado que la facultad fundamental que separa a la especie humana del resto de los animales es la razón. El humano es un ser racional, los demás animales no lo son. Ahora, tengamos presente el matiz de que ser racional no es lo mismo que ser razonable. Lo racional, digamos, es la cualidad inherente y latente en cada persona de nuestra especie de poder razonar o, en términos aristotélicos, es la potencia de razonar. En cambio por «razonable» no nos referimos a una cualidad, sino a un estado que se encuentra conforme a la razón, un estado que está en acto, bien en un resultado (por ejemplo, decimos que un resultado es razonable) bien en un sujeto (por ejemplo, cuando decimos de alguien que por su pensar es razonable).

Este matiz, a mi parecer, es fundamental porque permite resolver y entender esa aparente paradoja humana de que siendo una «especie racional» presente tantos sujetos irrazonables, es decir, que no se trata de ninguna paradoja, sino que es perfectamente natural el que siendo racionales en potencia, también podamos ser patentemente irracionables.

Pensar, como ya lo refleja su estructura gramatical, es una acción, un ejercicio en acto. Para realizar este acto es fundamental adquirir un lenguaje. Por muy racional que sea la especie humana, una persona sin un lenguaje se verá imposibilitado(a) de pensar. Quizás por ello es que en griego el vocablo logos (λόγος) como significante tenga relacionado variedad de significados y se pueda (o mejor dicho, se deba) traducir al castellano tanto por «palabra», como por «estudio», como por «pensamiento», entre otros.

Es decir, para pensar nos basta la cualidad racional, que es inherente a nuestra especie, y un lenguaje que nos permita articular esos pensamientos en la mente. Por eso ya no resultará extraño que si bien por racionales podemos pensar, no por ello lo hacemos siempre razonablemente, sino que nos encontramos con el fenómeno de pensar a veces con razón (es decir, razonablemente) y criterio y otras irrazonablemente, con necedad, acrítico(a)s, cayendo inevitablemente en errores, confusión y falacias. O en pocas palabras: por la facultad de la razón podemos pensar, pero no por ello lo hacemos siempre de forma razonable.

El dogma y sus peligros

La palabra «dogma» suele relacionarse con la doctrina religiosa, pero en realidad va más allá. El dogma también es pensamiento, un producto de la mente, pero es el pensamiento de la necedad, de lo irrazonable, de la opinión (o doxa, como la llamaban los griegos), por tanto un pensamiento estancado que ni alcanza ni busca conocimiento, verdad, o ciencia (espisteme, como lo llamaba Platón), sino que dado algún accidente fortuito se genera alguna concepción sobre algún tema y sin la mínima reflexión se fragua, irrazonable, en cantidad de mentes tal cual axioma, siendo que la mayoría de las veces se trata de un error, una falacia o una incoherencia.

«Todas las personas desean por naturaleza conocer» sentencia la primer oración de la Metafísica de Aristóteles. Pero gran pena carga la humanidad cuando las personas se ven enajenadas del conocimiento a causa del dogma. El dogma es tal precisamente por manifestarse irrazonable, acrítico, anticientífico, antifilosófico. Y no obstante el pensamiento dogmático parece ser más común que el pensamiento crítico.

Por tal naturaleza el pensamiento dogmático no sólo es un problema, sino también un peligro patente para la humanidad. Una clara manifestación de este peligro lo podemos ver en la cantidad de absurdos que se han volcado en las redes y en la acción alrededor de la pandemia de CODIV-19, desde negacionistas y conspiranoico(a)s hasta gente promoviendo por televisión la ingesta de dióxido de cloro para «curar el virus» (así, con ese sinsentido).

En estas Honduras la necedad dogmática ha llevado a que en medios se mantenga una propaganda del consumo de ivermectina como un profiláctico, ignorando toda la información científica disponible al respecto¹. Y estas necedades se traducen en gente que, enajenada del pensamiento crítico, caen en semejantes falacias y absurdos e incluso la muerte.

Otro ejemplo local recientísimo de los peligros del pensamiento dogmático se manifiesta alrededor de la reciente legalización en Argentina de la interrupción voluntaria del embarazo. Al eco de la buena noticia le ha seguido una lluvia de apelaciones falaces, finalmente materializándose en la propuesta de un proyecto de ley por parte del nefasto Mario Pérez para «impedir legalizar el aborto en Honduras»², contraviniendo todo avance en el estado de derecho y anteponiendo dogmas religiosos en detrimento de la constitución civil de la república.

Y esto solo por citar dos casos recientes, ya que por la red (y naturalmente, también fuera de ella) pululan cantidad de falacias y sinsentidos que van desde el «inofensivo» horóscopo (que en realidad sí que es peligroso en tanto resulta ser una ventana abierta al pensamiento dogmático) hasta los grandes problemas contemporáneos como el fundamentalismo religioso, el machismo, la normalización de la violencia, la xenofobia, el negacionismo del cambio climático, los movimientos antivacunas, la romantización de la pobreza y de la explotación laboral, el desconocimiento de los movimientos históricos que han volcado en la conquista de derechos, y un larguísimo etcétera, que da para volcar mares de tinta por cada una de estas doctrinas dogmáticas que atentan contra los derechos, la salud y la propia supervivencia de la especie humana.

¿Pero cómo es que en la era de la información el pensamiento dogmático se impone al pensamiento crítico? Vamos a pasar por alto (en esta ocasión) que existe una brecha (un abismo, mejor dicho) patente entre el hecho de que exista «información accesible» y «acceso efectivo», me limitaré en este punto a recordar que el hecho de que exista Internet no significa en absoluto que toda la gente tenga acceso a un dispositivo con conexión a Internet y que, aun bajo el supuesto de que haya gente que lo tenga, no hay porque asumir que sepa que puede encontrar conocimiento y no solo paparruchas. Y es que el conocimiento es el resultado del ejercicio del pensamiento crítico, cosa enajenada por el dogma.

Lo que sucede es que el dogma es un vicio en el que es fácil caer, en principio porque demanda poco esfuerzo. A lo dado por supuesto no se le cuestiona, no se le examina, no se le somete a ningún método, sino que se asume y se fragua. Salir del pensamiento dogmático demanda verdadero esfuerzo y disciplina, como hacer ejercicio, cualquier tipo de ejercicio. El cerebro es como un músculo, necesita de ejercicio constante para mantener la salud. Pero para hacer ejercicio, cualquier tipo de ejercicio, se nos tiene que educar a ello, o de lo contrario, como ocurre, el pensar agota y la facultad racional se atrofia, desencadenando un círculo vicioso de irrazonable necedad del que se vuelve difícil escapar. No obstante difícil no significa imposible, y es un menester urgente indagar y persuadir en pos del pensamiento crítico.

El pensamiento crítico y sus virtudes

El vocablo «crítica» deriva de una cadena larga de derivaciones: primero lo hace de «criterio», y este del latín criterĭum, el cual deriva del griego kritḗrion (κριτήριον) y este del (también griego) krínein (κρίνειν), «juzgar». Es decir, un «criterio» es el resultado de «emitir un juicio», de «discernir», y «discernir» significa «distinguir una cosa de la otra», o sea, hacer patente la diferencia de una cosa con otra. Por eso también decimos del pensamiento razonable que es un «pensamiento juicioso» pero, cosas de la evolución lingüística, nos llegó más potente el vocablo «criterio» cuando nos referimos a una forma de pensar y «juicio» como algo más relacionado con lo jurídico.

He expuesto ese periplo lingüístico no solo para ilustrar que «criterio» refiere al discernimiento, a la capacidad de «juzgar diferencias», sino también para ilustrar el propio esfuerzo que implica el ejercicio de diferenciar, de indagar, de juzgar, de discernir razonablemente sobre una cuestión.

Como se ha podido observar, el ejercicio crítico demanda un esfuerzo considerable. No es soso, sino activo, dinámico, hasta vivo, como diría el maestro Ortega y Gasset.

Como el pensamiento crítico requiere semejante esfuerzo, es claro porqué el pensamiento dogmático es más común. Por muy racional que sea nuestra especie, también somos una especie que rehuye el esfuerzo, que se agota y encuentra desagradable el cansancio, hace falta de una necesidad o de una voluntad consciente para afrontar con motivación todo reto que demande verdadero esfuerzo. Pensar críticamente, repito, demanda un esfuerzo así. Por eso hace falta una educación que imprima en el ánimo humano el gusto del conocimiento, la consciencia de saberse ignorante, que es el primer impulso por querer aprender. El dogmático cree saber, pero carece por completo del impulso del aprendizaje, desconoce el gusto del discernimiento, queda enajenado de razonabilidad, atrofiado su criterio.

El pensamiento crítico lleva a las personas a cuestionar hasta lo que ha admitido como axioma, a verificar que el juicio antes emitido siga vigente o bien, corregir su criterio si se descubre en un error. El pensamiento crítico otorga a las personas de valentía, porque nos espanta el miedo al error, el miedo a saber que ignoramos y que por mucho que estudiemos no se puede sino conocer solo una pequeña parte de cuanto conocimiento hay latente en el mundo. Y sin miedo y con pericia, el estudio se descubre como un gusto, como «el más bello de los placeres», según nos dirían los antiguos filósofos griegos.

El pensamiento crítico también nos otorga esperanza, en tanto que el conocimiento nos permite construir herramientas, y con estas enfrentar los peligros que arrastra aquel pensamiento dogmático. Por eso el sujeto verdaderamente científico no deberá ser cientificista (que es caer en el pensamiento dogmático), sino también ser filósofo(a), y el sujeto filósofo ha de ser sujeto político.

Si repasamos los peligros del pensamiento dogmático, podríamos reconocerlos todos como problemas políticos, porque nuestra organización colectiva es siempre política, y vemos que aquellos peligros, aquellos problemas, son en efecto colectivos. Claro está que por muy políticos que sean, una sociedad no puede componerse solo de filósofos y científicos, sino que son fundamentales técnicos y artistas. Pero todo(a)s, científico(a)s, técnico(a)s y artistas deberíamos filosofar, y hacer todo(a)s, en colectivo, política.

Puede que esto parezca utópico, pero en absoluto. No hace falta ser médico para pensar con un criterio médico, pues el primer criterio médico es acudir por consulta a un(a) médico(a). Y podemos decir lo mismo de todo lo científico, no hace falta ser científico(a) para pensar científicamente, ni técnico(a) para pensar técnicamente. Así, se puede filosofar sin tener que dedicar la vida a la filosofía cual profesión, porque como dije justo al principio de este artículo, «filosofar es ante todo el ejercicio del pensamiento crítico», y esto sí que está al alcance de cada persona, solo hace falta imprimir el impulso necesario para ello.

La labor del(la) filósofo(a), pues, no es solo estudiar metafísica, esta de hecho no es siquiera su tarea más importante. La labor del(la) filósofo(a) es procurar despertar el ejercicio del pensamiento crítico en tantas personas como sea posible. Es verdad que con metafísica se hace con más gusto, pero lo importante, lo fundamental, es que a cada quien se le enseñe que puede descubrir por sí mismo(a) el gusto de lo razonable.

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Yeye Balám

Estudiante de filosofía y por ratos carpintero, informático y poco más.