La naturaleza del simio doméstico

Yeye Balám
7 min readJun 16, 2021
Escena del monolito en 2001: Odisea en el espacio

Existe un debate clásico entre «naturaleza» y «crianza». ¿Qué es efectivamente natural en nuestra especie y qué es producto del artificio humano? Valga decir que solemos entender por «natural» algo contrapuesto de lo «artificial», es decir, por natural entendemos aquello que ya está dado en el universo, sea de forma latente o patente; en cambio que por «artificial» entendemos aquello que es producido por la mano humana. El fuego es natural, la estufa artificial. Y resulta curioso como en el seno de una sociedad enmarcada por el artificio este debate perdure desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días, pero es que sin duda no podemos escapar a la circunstancia de vernos envueltos en un ambiente donde se expresan ambos entornos, al fin de cuentas, nuestras urbes y demás artificios se producen a partir de materias naturales. Luego no es extraño que nos asalte la duda y queramos distinguir que nos es propio por naturaleza y que por artificio.

Sin lugar a dudas que si hay algo que distingue a los humanos es su cualidad fabril. Cabe recordar que el homo sapiens no es la única especie del género homo, es decir, tengamos presente que otras especies como el homo habilis, el homo erectus, o el homo neanderthalensis también fueron humanos, animales del género homo, y también fueron animales con cualidades fabriles. Nosotros somos animales fabriles.

Ahora, siendo nuestra vida contemporánea por entero artificial, ¿cómo nos mostraríamos ante el mundo en la exclusividad de nuestra naturaleza? tenemos esa tendencia constante de apelar por lo «natural» y por sostener que tal o cual «aspecto nuestro» es propio de nuestra naturaleza más que de nuestros artificios y que, en tanto cualidad natural, tal aspecto merece la prioridad de nuestras atenciones.

Si despojásemos de todo artificio al homo sapiens no quedaría más que unos simios lampiños, salvajes, sin cultura e incluso sin lenguaje, pero extremadamente sociales y dispuestos a saciar sus naturales apetitos. Puede que resulte desconcertante afirmar que nos quedaríamos sin cultura y lenguaje, pero ambos son artificios humanos, como lo es una hoguera o una estufa. Nadie objetará que por muy natural que sea el fuego, la hoguera y la estufa son por entero artificiales.

Yuval Harari en su libro De animales a dioses expone muy finamente esa parte de la historia de la humanidad en la que las diversas especies del género homo expuestas en su naturaleza plena fueron evolucionando y extinguiéndose, quedando tan solo nuestra especie. Comenzamos nuestra andadura como animales gregarios dedicados a la caza y la recolección, dispuestos en pequeños grupos, yendo de aquí para allá, según el clima y el hambre establecían las circunstancias. En ese estadio no hacía falta ningún lenguaje desarrollado para cocinar carne y fabricar herramientas, pero hace entre
70 000 y 30 000 años se sucedió una revolución cognitiva, y el homo sapiens fabricó su cualidad más distintiva: el lenguaje.

¿Qué llevó a nuestra especie a tal revolución? No tenemos certeza. Harari en su libro nos expone dos teorías:

La teoría más ampliamente compartida aduce que mutaciones genéticas accidentales cambiaron las conexiones internas del cerebro de los sapiens, lo que permitió pensar de maneras sin precedentes y comunicarse utilizando un lenguaje totalmente nuevo (pg. 35).

Pero puede que resulte más interesante la segunda teoría expuesta, que plantea que:

nuestro lenguaje único evolucionó como un medio de compartir información sobre el mundo. Pero la información más importante que era necesaria transmitir era acerca de los humanos, no acerca de los leones y los bisontes. Nuestro lenguaje evolucionó como una variante del chismorreo. Según esta teoría, Homo sapiens es ante todo un animal social. La cooperación social es nuestra clave para la supervivencia y la reproducción (pg. 36).

Considerando que nuestra especie apareció hace unos 200 000 años, significa que entre unos 130 000 y 170 000 años, la especie se las arregló para sobrevivir, cazar, cocinar y fabricar herramientas sin un lenguaje avanzado, y sin cultura. Quizás nuestros ancestros enterraban a sus muertos o realizaban alguna suerte de rituales (la evidencia fósil sigue siendo escasa), pero otros animales como los elefantes también parecen experimentar cierta pena por sus congéneres fallecidos, y muchas aves realizan «rituales», y no por ello nos aventuramos a decir que los elefantes o las aves tengan cultura. Para desarrollar una cultura hace falta un número considerable de individuos interactuando, compartiendo un lenguaje y mitos comunes. Así que parece que de lo que lleva nuestra especie de existencia, la porción mayoritaria lo fue sin cultura y lenguaje, y esa sería la forma «natural» de nuestra especie.

Pero quizás la evidencia más patente de que nuestro lenguaje y cultura es un producto artificial que se construyes en colectivo sea el triste Caso Genie.

Al ser obligada a un aislamiento casi absoluto, Genie fue privada por completo de lenguaje. A pesar de que en las conclusiones de sus estudios, Susan Curtiss afirme que «en los aspectos más fundamentales y críticos, Genie tiene un lenguaje» podemos permitirnos disentir. Como se nos muestra en el video [10:17–12:00] Genie pudo adquirir vocabulario, pero fue incapaz de estructurar dicho vocabulario en un orden gramatical y sintáctico, es decir, no pudo adquirir un lenguaje propiamente dicho. Sería más oportuno decir que, como en todo humano, la disposición natural al lenguaje estuvo presente en Genie, pero al no haberse construido en tiempo y forma, Genie quedó exenta de lenguaje; y por extensión, de cultura.

Luego «aunque tenía 13 años Genie no caminaba completamente erecta, ni podía estirar las piernas ni los brazos, tenía incontinencia, no sabía masticar, salivaba mucho, escupía sin decoro, y no parecía poder enfocar su vista en cosas lejanas, eso le daba una apariencia primitiva» [6:35–6:50]. Es decir, Genie quedó totalmente privada de bagaje cultural, y podríamos aventurarnos a decir que en ausencia de un lenguaje también resultó imposible enseñarle comportamientos culturales. La cultura y el lenguaje se construyen simultáneamente, no vienen expresados actualmente en los genes, hace falta una construcción colectiva que implante los artificios lingüísticos y culturales en los humanos, y esta construcción debe realizarse desde la más temprana infancia.

No obstante «a pesar de su calvario, Genie parecía tener ganas de conocer el mundo, era vívida y curiosa y exploraba incansable todos los sitios a donde la llevaban. En el terreno social había cosas llamativas, Genie buscaba el contacto humano, incluso violaba el espacio personal» [7:06–7:21]. Lo que refleja sin duda que la curiosidad y la tendencia gregaria sí que son cualidades naturales independientes de la crianza, estas no se construyen, sino que vienen dadas en nuestros genes y se expresan naturalmente.

Es verdad que el caso de Genie por si solo es insuficiente para generalizar conclusiones, pero si lo consideramos como un agregado a los aportes de otras ciencias, como la antropología, la historia, la arqueología, la sociología, la psicología, etc., se vislumbra con mayor claridad que ni lenguaje ni cultura son aspectos naturales, sino que lo natural es la disposición humana para construirlos, y por tanto la constitución de lenguaje y cultura es artificial.

Ahora, no se tome «artificial» como un peyorativo contrapuesto a lo «natural» porque a esta última solemos atribuirle cierta «bondad». En realidad erramos en atribuir juicios éticos a lo «natural», la naturaleza no es susceptible de estos juicios, no es ni buena ni mala. El fuego no es bueno cuando nos sirve para cocinar y malo cuando incendia nuestras propiedades. El fuego solo es fuego. Cosa distinta de las acciones humanas en el contexto de una cultura, aquí sí corresponde un juicio sobre quienes a sabiendas desencadenan un incendio, y lo mismo sobre quienes arriesgan sus vidas para contenerlo. Pero no es el producto artificial el objeto del juicio, no es el incendio ni el cese del fuego lo juzgable, sino las acciones humanas detrás de uno y otro evento. Así, un producto artificial tampoco debe ser objeto de atribuciones éticas. El fuego es fuego, pero «domesticar» el fuego fue bueno, en principio, por los beneficios que nos confirió como especie. Así, lo juzgable es la acción humana de «domesticar», no el objeto domesticado.

Discurso fúnebre de Perícles, por Philipp Foltz (1852)

Por tanto, en principio que el homo sapiens se «domestique» a sí mismo por medio de fabricar lenguaje y cultura, resulta virtuoso, pero en tanto construcciones humanas no resultan exentas de ambigüedades y contradicciones, tal como refleja las injusticias y miserias que millones de humanos padecen por la corrupción de sus propios artificios. Todo artificio es susceptible de corrupción y mejora, y está claro que así ocurre con el lenguaje y la cultura. Solo por medio de la reflexión y la investigación podremos reconocer las falibilidades de nuestros sistemas y la necesidad de contenerlos y mejorarlos. Pero no hay reflexión posible sin reconocer primero, con humildad, que nuestra naturaleza es la de un animal más de la fauna terrestre, un simio lampiño sociable y salvaje, domesticado por sus propios artificios. Esa es la naturaleza humana.

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Yeye Balám

Estudiante de filosofía y por ratos carpintero, informático y poco más.